viernes, 10 de septiembre de 2010

"Elogio de algunos poetas peruanos contemporáneos" (Prólogo al libro Veinte Poetas, por Héctor Ñaupari)

Elogio de algunos poetas peruanos contemporáneos



Héctor Ñaupari



En la lengua común, un muestrario es una colección. Un conjunto diverso de un mismo grupo de personas. En el caso de este libro, se trata de un muestrario de poetas. Más precisamente todavía, de jóvenes poetas. Hijos de la última vuelta de tuerca literaria del Perú, donde incluso los post (el postmodernismo, el postfeminismo, entre otros) ya pasaron también, y se han vueltos, estos conceptos, ejemplos vivos de la obsolescencia.



El libro que prologamos me permite reflexionar respecto a un tema recurrente en nuestras letras, infinitamente repetido, como una pesadilla que no terminamos nunca de descifrar, y que volvemos a soñar, pero no por ello menos actual. Se trata de la tensión generada entre la asunción o permanencia de tópicos clásicos o tradicionales frente a la búsqueda de rupturas con esas mismas tradiciones, aún cuando éstas sean la encarnación de la vanguardia, la experimentación o lo futuro, y que es un acontecimiento propiamente moderno, clave en la literatura peruana, de perpetua vocación parricida.



El hecho que la generación de nuevos escritores quiera romper con la anterior, matándola literariamente (hasta ahora) o que las poetas mujeres quieran distanciarse o atacar a sus pares hombres con poemas puñales, tijeras o cuchillos, lo mismo que los escritores andinos con respecto a los llamados criollos, y así ad infinitum, me permite sugerir que ya no queda tela para tantas rupturas. El traje de la poesía peruana se vuelve un solo remiendo, una blusa espléndida hecha jirones por mil y una manos.



De modo que, si no está la magdalena para tantos tafetanes, no nos debe llamar a la sorpresa que, intuitivamente, los poetas de este muestrario se quieran adentrar en las tierras prohibidas del romance clásico y sentimental, sin hacer caso al vicioso círculo de tradición y ruptura. En sus textos, al pasar a idealizar (para bien o mal, para alegría o desdicha) el amor de una mujer a un hombre, o viceversa, o a sus ascendientes, o al lugar que extrañan, o abandonarse sutilmente en las habitaciones del olvido luego del final de una relación, nos ayudan a los escritores a revisar nuestros planteamientos, a encarar de modo distinto nuestros modos de escribir; en suma, a ser mejores poetas.



Esto porque el cuestionamiento creativo, incluso desde una perspectiva clásica o tradicional, no deja de ser una actitud moderna. Es decir, si aplicamos la misma fórmula parricida al modernismo, o a la poesía urbana marginal, o a la poesía coloquial, desfachatada y ayuna de solemnidad, un mínimo de cortesía profesional (propia entre ladrones, truhanes o espías, y espero que también entre poetas) hará que no se niegue a ser medida con la misma vara, o a morir bajo el mismo hierro que mata, si seguimos a la Escritura.



Un segundo aspecto de estos poetas, que paso a rescatar, es su expresión individual. Ya no hay grupos en la literatura peruana. El canto del cisne de la expresión grupal en las letras peruanas fue la generación del noventa, multitudinaria, babilónica y febril, entre las ruinas de un país al borde de la disolución final. Cierto es, como sabemos, que el proceso de colectivización de la poesía en el Perú tuvo su punto más alto con el Movimiento Hora Zero, donde la poesía sólo se manifestaba como expresión conjunta de todos sus integrantes, su adhesión a las ideas socialistas era la norma irreductible y su desenvolvimiento en comunas era la manifestación de su eterna adolescencia y vitalidad, pero en todo ello se encontraba (oh justicia poética) también el germen de su propia destrucción.



Empero, así como la vida se abre paso a pesar de las inclemencias de la naturaleza o las fauces implacables de las fieras, o como la libertad encuentra siempre modos creativos, peculiares e inesperados de surgir en las sociedades más cerradas, y con ello amenazar a sus poderes más oscuros, la consideración individual de la creación literaria también encontró cabida en los grupos literarios peruanos, en una suerte de eco en reversa, donde del susurro se va pasando poco a poco al grito y de allí al aullido ensordecedor, como se vivió en la generación donde Neón, Estación 32, Noble Katerba y tantos otros grupos se manifestaron. De modo que la primera década del nuevo siglo describe una suerte de elipsis, una vuelta hacia lo esencial, un tránsito imparable hacia el gozo individual de la poesía.



Y así nos encontramos con los poetas de este muestrario. Ellos, con sus iniciales y promisorias luces creativas, constituyen el paso final e irremediable hacia la adopción de lo sentimental e individual en la poesía, tránsito breve pero semejante al que dio Odiseo al descender a los infiernos para buscar al ciego adivino Tiresias, o el que llevó a Mersault a la pasividad y el escepticismo al que le condena Albert Camus en El extranjero.



Este muestrario que prologamos es, a la vez, un ejercicio diligente y un poderoso mensaje a favor de la buena literatura, patente en los sólidos textos presentados por cada poeta. Todos los poemas están magníficamente escritos, como si la genialidad dispuesta en uno fuese a su vez el dormido demonio del segundo, y así, como un espejo que frente a otro repite la imagen de quien se mira en él, de modo innumerable. Tienta, de esta suerte, hacerles a los autores la misma pregunta que se hace el poeta William Blake sobre el fiero Tigre: “¿Qué mano inmortal, qué ojo pudo idear tu terrible simetría?”.



Observo en los poemas de este muestrario una exultante rebelión del individuo creador, del yo poético ante un entorno decadente, y en el que se hace patente una violenta exaltación de la personalidad, que se manifiesta en los poemas que integran esta publicación. Sufriendo en la inercia, desnudando sus cuerpos, estallando orquídeas, los poetas de este muestrario convierten al mundo en una proyección de sus propias naturalezas. Su ser individual lo trascienden en el texto, se arropan en él. Nada más. Y sólo puede ser eso, pues, ¿qué más debe ser el mundo sino una extensión de nosotros mismos?



Pienso que la poesía de este libro es irreductible, “un horizonte donde el tiempo y el espacio cuelgan sus sábanas”, como escribió Antonio Claros. En ese caso, nada más me queda desearles a los poetas del muestrario que la tempestad y la pasión, el “sturm und drang” de los románticos alemanes, habite entre ustedes siempre.



Santiago de Surco, agosto de 2010

Radio Literatura (Tercer programa)

Lectura de mi reseña biográfica. Gracias Don Guillermo Aguilar.

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